Descripción:
Una figura como la de cicerón es de las que, por sí solas, sirve para llenar un siglo. Y si en la vida pública no tiene el genio de un césar o un augusto, en la oratoria y –en un sentido amplio- en la vida intelectual y artística no tiene parangón en su época. Pero no se trata sólo de que cicerón sea el primer orador de su tiempo y de la historia de roma: es que nuestro autor es el creador de una prosa ya capaz de expresar tanto las complejidades del pensamiento abstracto cuando el equilibrio, gracia y frescura indispensables para una verdadera prosa artística. Por otro lado, al adaptar, refundir y traducir obras filosóficas griegas no sólo ha creado un vocabulario filosófico, sino que ha transmitido a la cultura occidental noticias e información sobre la filosofía helenística que de otro modo se hubieran perdido del todo. Tampoco son de poca monta sus tratados retóricos, que, sin tener la agudeza y originalidad de un aristóteles en estos temas, presenta en cambio como un magno edificio intelectual que integra en sí y abraza la cultura toda, la paideía; sin olvidar por otra parte que, de los autores antiguos a nosotros llegados, es el primero que plantea o vislumbra algo así como una historia de la literatura. De las obras aparecidas en la b.c.g., el volumen 72 presenta sobre la república, obra que ha llegado a nosotros en estado fragmentario, y en la que, partiendo de obras similares de platón y aristóteles y añadidos estoicos como panecio y posidonio, sin olvidar el pitagorismo del sueño de escipión, trata de las formas de gobierno para exaltar la --forma mixta-- de la constitución romana, que ya polibio había visto como fusión de monarquía, aristocracia y democracia. En el tomo 101, del supremo bien y el supremo mal, nuestro autor aborda el problema moral intentando una delimitación entre el bien y el mal, aunque sus esfuerzos se centran en conciliar las doctrinas estoica, epicúrea y académico-peripatética al respecto. El tomo 139, en cambio, presenta la introducción general a nuestro autor, así como la primera parte de las verrinas (completadas en el tomo 140), el discurso que en el año 70 a. C. Confirma a cicerón como primer orador de roma y lo lanza con vigor a la vida política, al hacer condenar, desde posturas próximas a los populares, la rapaz gestión en sicilia de un señalado miembro de nobilitas. El estilo de cicerón ya ha madurado, aunque aún quedan restos de su época juvenil en esa iuuenilis abundantia que él mismo criticará. Los volúmenes 152, 195 y 211 cubren otros tantos tomos -del iii al v- de los discursos de nuestro autor. El primero ofrece algunos de los discursos de la primera época –en defensa de quincio y en defensa de quinto roscio el cómico, de carácter privado- al lado de otros de más hondo calado político, como los que pronuncia el año de su consulado acerca de la ley agraria oponiéndose a esta ley inspirada por julio césar. También está el discurso en defensa de celio, persona muy vinculada a ciceron que, al responder a una acusación por parte de clodia – la supuesta amante de catulo- de que celio había querido envenenarla le añade un cierto picante escandaloso, al tiempo que sirve para exhibir la capacidad de ataque de cicerón cuando tenía una dama enfrente. El tomo iv de los discursos cubre fundamentalmente los años 57-56, es decir, la época inmediatamente posterior a la vuelta del destierro de cicerón, y que se concretan tanto en el agradecimiento ante el pueblo y el senado por haber votado el final de su destierro, como en la voluntad por parte de cicerón de recuperar la casa de su propiedad que clodio, con el pretexto de haber sido edificada en suelo sagrado, había hecho demoler; se trata pues, de discursos con un trasfondo común. Clodio, su mortal enemigo. De los restantes, sólo destacaremos dos, en defensa de sestio y en defensa de milón, que, asimismo, tienen un hilo conductor: la violencia, en el primer caso instigado por clodio y en el segundo –posiblemente instigada por millón, pero con preclaros ejemplos anteriores por parte de aquél- sufrida por clodio. Este discurso que, al pare